AVIVAMIENTO EN LA ISLA DE LUIS, ESCOCIA (Impresionante lo que Dios hizo)
Por Duncan Campbell
Ante todo, quiero decir que yo no produje el avivamiento en Luis, sino que empezó antes de que yo llegara a la isla.
¿QUE ES EL AVIVAMIENTO?
Existen muchas opiniones en las iglesias de hoy, en cuanto a qué es un avivamiento. Hay una gran diferencia entre un avivamiento y una cruzada de evangelismo, esto último no es avivamiento, aunque doy gracias a Dios por cada alma alcanzada para Cristo por medio de tales esfuerzos y doy gracias a Dios por cada tiempo de bendición recibida en nuestras conferencias y convenciones, sin embargo tales esfuerzos, por lo común, no tocan al vecindario, y la inmensa mayoría de la gente se van precipitadamente hacia el infierno.
En un avivamiento, la comunidad repentinamente se conscientiza de la presencia de Dios. El comienza a obrar entre su propia gente, y en cosa de pocas horas -no de días, sino de horas- las iglesias vienen a ser muy concurridas, no hay anuncio de reuniones especiales, pero pasa algo que atrae a hombres y mujeres a la casa de Dios. Dentro de horas, habrán veintenas de personas pidiendo perdón a Dios antes de siquiera llegar cerca de la iglesia.
En el avivamiento que hubo en tiempo de Jonathan Edwards, eso fue lo que pasó. En el avivamiento de Gales, eso fue lo que pasó. Y en el avivamiento más reciente en Luis, eso es lo que pasó. Dios se manifestó y súbitamente los hombres y las mujeres por todas partes de la parroquia fueron paralizados por temor a Dios.
COMO EMPEZO EL AVIVAMIENTO EN LUIS
Un día al atardecer, una mujer ciega de 84 años, tuvo una visión. Esta anciana querida, Margarita, vio en la visión a la iglesia de sus padres llena de jóvenes y a un ministro desconocido en el púlpito. Estaba tan emocionada por esta visión que llamó al pastor y se la contó. El pastor de la coloniaa era un hombre que temía a Dios y anhelaba verlo obrando, había tratado muchas cosas para interesar a los jóvenes de la parroquia, pero ni siquiera un adolescente asistía a la iglesia.
¿Qué es lo que le dijo Margarita? -Estoy segura de que usted está anhelando ver a Dios obrar. ¿Qué piensa de convocar a los ancianos y diáconos y sugerirles que pasen dos noches por semana en oración a Dios? Ustedes han probado misiones; han probado evangelistas especiales. ¿Han probado a Dios?
El pastor humildemente obedeció.
-Sí, convocaré la sesión, sugiriendo que nos juntemos los martes y viernes en la noche, para pasar toda la noche en oración.
-Muy bien -respondió-, si ustedes hacen eso, mi hermana y yo nos arrodillaremos a las 10:00 pm cada martes y viernes, y nos quedaremos allí hasta las 4:00 de la mañana.
Así todos se concentraron en la oración. Tuvieron esta promesa de Dios, y con esa promesa suplicaron: “Porque yo derramaré aguas sobre el sequedal, y ríos sobre la tierra árida” (Isaías 44:3). En sus oraciones, según lo que dijo el pastor, ellos debían pedir vez tras vez: Señor, Tú eres un Dios que guarda tu pacto, y debes cumplir Tu promesa.
Las súplicas y las reuniones duraron por varios meses, luego, una noche, aconteció algo muy notable; estando de rodillas en medio de la paja en el granero, de repente un joven se puso de pie y leyó en voz alta una parte del Salmo 24: “¿Quién subirá al monte de Jehová? ¿Y quién estará en su lugar santo? El limpio de manos y puro de corazón; el que no ha elevado su alma a cosas vanas, ni jurado con engaño. El recibirá bendición de Jehová” (v.v. 3-5), cerró su Biblia y mirando a los ojos del ministro y a los otros arrodillados allí, dijo: Hermanos, me parece que es tiempo perdido el orar como hemos estado orando, y esperar como hemos estado esperando, si nosotros mismos no tenemos relaciones debidas con Dios, entonces comenzó a orar: “Señor, ¿están limpias mis manos? ¿Es puro mi corazón?” Y aquel querido hombre no siguió más adelante, pronto se arrodilló y se extendió boca abajo en la paja. En cosa de pocos minutos, un poder se soltó en Barvas, el cual desconcertó a todos los habitantes de la isla.
¡DIOS SE MANIFESTÓ!
El Espíritu Santo comenzó a obrar en medio de la gente. El pastor, describió lo que pasó la mañana siguiente y dice: “Se encontró a Dios en el yermo; se le encontró en los hogares. Dios parecía estar en todas partes”.
¿Y qué fue eso? ¡Fue avivamiento! No fue algo organizado a base de esfuerzo humano, sino que era toda la comunidad consciente de Dios, lo cual tuvo en suspenso a todos en el área, tanto así que todo trabajo se paró. La gente se reunió en grupos. Los jóvenes se reunían en el campo y comenzaron a hablar acerca de este fenómeno de parte de Dios, que saturaba la comunidad.
En cosa de unos días, recibí una carta invitándome a la isla. En ese momento experimentaba un movimiento muy grande en la isla de Skye. No era un avivamiento, pero hombres y mujeres aceptaban a Cristo, y Dios fue glorificado por los muchos hombres notables quienes encontraban al Salvador.
Cuando recibí esta invitación a venir a Luis por diez días, respondí que no me era posible puesto que estaba envuelto en una convención durante los días de fiesta. Ya habíamos hechos los arreglos para los predicadores y también por las habitaciones en los hoteles para la gente que venía de todas partes de Gran Bretaña, pero después tuve que cancelar esa convención, principalmente, porque la agencia de viajes alquiló los hoteles para una semana especial que iban a celebrar.
El pastor recibió la carta en la cual yo había rehusado aceptar la invitación, y se la leyó a Margarita. “Eso es lo que piensa el hombre”, dijo ella, “pero Dios ha dicho lo contrario. El Sr. Campbell estará aquí dentro de dos semanas”.
La convención no estaba cancelada cuando ella dijo eso, pero ella sabía. “La comunión íntima de Jehová es con los que le temen, y a ellos hará conocer su pacto” (Salmo 25:14). Y ella tenía comunión íntima con Dios.
Llegué a la isla en diez días, y el pastor con dos ancianos me recibieron en el embarcadero. En el momento que me bajé del barco un hermano anciano se acercó y me enfrentó con una pregunta: “Sr. Campbell, ¿puedo hacerle esta pregunta? ¿Está usted caminando con Dios?” He aquí tres hombres que vivían en serio, hombres que temían que una mano no ungida tocara el Arca. Me alegré de poder decir: “Ahora bien, pienso que puedo decir que temo a Dios”. “Bueno”, dijo el anciano querido, mirándome, “si usted teme a Dios, eso bastará”. Entonces el pastor se volvió hacia mí y dijo: “Estamos seguros, Sr. Campbell, que usted está cansado y deseando cenar, pero me pregunto si primero consentiría en predicar un sermón en la iglesia antes de llegar a casa para que los asistentes le vean. Habrá una asistencia prometedora; quizá no muchos, pero suponga eso de dos o trescientos. Tenga en cuenta que hay una manifestación de Dios entre nosotros”.
Nunca comí esa cena porque no llegué a la casa del pastor hasta las cinco y veinte de la mañana. Fuimos a la iglesia, y prediqué a una congregación de más o menos 300 personas. Fue una buena reunión, con un sentido maravilloso de la presencia de Dios, pero nada excepcional pasó. Terminé la junta con oración y caminaba por el pasillo cuando un joven se me acercó y dijo: “Nada todavía ha pasado, pero Dios está presente, y en cualquier momento El va a abrir un camino”.
Soy perfectamente honesto cuando digo que no sentí nada. Pero aquí había un joven mucho más cerca de Dios que yo, y él sabía el secreto.
Continuamos hacia la puerta de la iglesia a medida que toda la congregación salía. Sólo el joven y yo quedábamos dentro. El levantó las manos y comenzó a orar: “Dios, Tú nos has prometido derramar aguas sobre el sequedal, y ríos sobre la tierra árida, pero no lo estás haciendo”.
El oraba, y oraba, y oraba de nuevo hasta que cayó en el piso. Estuvo tumbado allí por cinco minutos, estando yo de pie a su lado, y luego se abrió la puerta de la iglesia, alguien entró y dijo: “Sr. Campbell, pasó algo maravilloso. ¡Un avivamiento ha comenzado! Por favor, venga a la puerta para ver la muchedumbre que ha llegado a las once”. Cuando miré, vi a seiscientas o setecientas personas agrupándose en torno a la iglesia.
Este joven querido se paró a la puerta y sugirió que cantáramos el Salmo 126:1-2: “Cuando Jehová hiciere volver la cautividad de Sion, seremos como los que sueñan. Entonces nuestra boca se llenará de risa, y nuestra boca de alabanza…” Y ellos cantaban y cantaban. De entre ellos podía oír yo el grito de los penitentes, hombres pidiendo a Dios misericordia.
Me volví al anciano y dije: “¿No piensa que debiéramos abrir de nuevo las puertas de la iglesia y permitirles entrar?”
En unos minutos la iglesia se llenó, a quince minutos de la medianoche. ¿De dónde vino la gente? ¿Cómo sabían ellos que se celebraba un culto? No puedo decirle, pero vinieron de las aldeas y los caseríos. Si hoy uno les preguntara: “¿Qué es lo que les influenció a venir?”, ellos no podrían decirle. Fueron conmovidos por un poder que está más allá de una explicación, y ese poder les dio a entender que eran pecadores que merecían el infierno y el único lugar en el cual podían pensar para obtener el socorro, fue la iglesia. Allí estaban, entre seiscientos y setecientos.
Esa misma noche había un baile en la parroquia. Cuando este joven oraba en el pasillo de la iglesia, el poder de Dios entró a ese baile, y los jóvenes, más de 100 de ellos, huyeron del baile como si fueran huyendo de una plaga, y se dirigieron a la iglesia.
Cuando traté de subirme al púlpito, fui impedido por los muchos jóvenes del baile. Cuando por fin logré hacerlo, descubrí que allí en el piso detrás del púlpito estaba una joven, una graduada de la Universidad Aberdeen, quien estaba sentada allí llorando: “¿No hay nada para mí? ¿No hay nada para mí?”
Dios estaba obrando, y la visión de Margarita fue verdadera y real. La iglesia fue llena tanto de jóvenes como de adultos.
Esa reunión duró hasta las cuatro de la mañana. Al salir de la iglesia, encontré a un joven que no era creyente, aunque temía a Dios, y me dijo: “Señor Campbell, debe haber entre 200 y 300 personas congregadas en la comisaría. Algunos están arrodillados. No lo entiendo”.
Hubo aquí una multitud de hombres y mujeres de una aldea vecina, a eso de cinco millas de allí, quienes se encontraban tan conmovidos por Dios, que vinieron a la comisaría porque sabían que el policía allí era un hombre bien salvo que temía a Dios. La comisaría estaba junto a la casa de Margarita. Este joven me suplicó que fuera a la comisaría, lo cual hice. Nunca olvidaré lo que oí y vi esa mañana: Jóvenes se arrodillaban al borde del camino. Pienso en un grupo de seis, uno de ellos borracho. Su madre anciana estaba arrodillada a su lado, llorando: “Oh, Memo, ¿por fin vienes? Memo, Memo, ¿por fin vienes?” Y ahora Memo es pastor en la parroquia. Y del grupo de jóvenes quienes buscaron a Dios esa noche, nueve de ellos están predicando.
¡ESO ES UN AVIVAMIENTO!
¡Dios obró! ¡Eso es el avivamiento! Esa es la necesidad enorme de la iglesia alrededor del mundo hoy día. No es este o aquel esfuerzo con base en tentativas humanas, sino una manifestación de Dios la cual conmueve a los pecadores a pedir la misericordia antes de acercarse al edificio del culto.
Esa es la manera en que se inició el avivamiento en Luis. Luego pasó fuera de los límites de esa parroquia a las vecinas. Comenzamos predicando en las reuniones día y noche. Una vez en el transcurso de 24 horas, prediqué en ocho reuniones -cinco veces en cultos muy concurridos, dos veces en el campo y una vez en la playa-. Hombres ancianos habían cruzado las aguas esa noche, y muchos encontraron al Salvador. Les seguimos a la playa, y allí cantamos los salmos de Sion a las dos de la mañana, antes de que ellos se embarcaran con rumbo a sus casas. ¡Eso es Dios obrando!
Una noche un hombre se me acercó y dijo: “¿Le será posible venir y visitar nuestra parroquia?” “Bueno, depende de cuándo pueda yo visitarla. Creo que sería posible a la una de la mañana”. Y así fue que fuimos, llegando a la una y media.
Al llegar, encontré una de las iglesias grandes totalmente llena, con mucha gente afuera. Prediqué allí por una hora, y después salí mientras centenares de personas pedían a Dios misericordia.
Al salir de la iglesia, otro joven se acercó y me dijo: “Sr. Campbell, debe haber entre 300 y 500 en un campo aquí abajo, y los ancianos están preguntándose si usted puede hablar con ellos.
Fui y encontré a este gentío, oh, fue muy fácil predicarles. El Espíritu de Dios estaba conmoviéndolos.
Vi a un hombre tendido en el suelo, intensamente, muy ansioso acerca de su alma. Luego vinieron cuatro jovencitas, como de 16 años, arrodillándose a su lado. Una de ellas dijo: “Mira, el Cristo que nos salvó anoche, te puede salvar ahora”. Y ese hombre fue salvo mientras que las muchachas oraban alrededor de él. ¡Eso es avivamiento!
Cuando regresé de esa reunión a la casa del pastor, encontramos a un anciano esperándonos para decir que había un granjero en mucha angustia de alma. Aquel hombre no había estado cerca de una iglesia por 12 años, pero vivía solamente para sus caballos y su ganado. Pero aunque él vivía por este mundo, tenía a una esposa e hija piadosas, quienes se afligían por él. Me habían invitado a la granja antes de aquella noche, y yo había hablado con él, a lo cual contestó: “Ahora bien, quizás algún día me presentaré a la iglesia”.
Después de un día o dos, alguien le vio caminando por la calle hacia la iglesia, y uno de los ancianos pensó que el traje que llevaba puesto fue el mismo con el cual se casó. Es seguro que no era un traje moderno. Fue a la iglesia, y la iglesia estaba tan concurrida, que tuvo que sentarse en el escalón del púlpito, bastante cerca de mí.
Dios le habló, y él estaba en un estado terrible. Gritó repetidas veces. “¡Dios, el infierno me es demasiado bueno!”
Oh, que pudiéramos ver más convicción -convicción de pecado, la cual postrara a los hombres ante la presencia de Dios-. ¡Dios, dánosla, dánosla!
Esa noche después de predicar en el campo, el anciano, el pastor y yo fuimos a la granja. Cada cuarto del cortijo fue lleno de gente, quienes estaban orando por el granjero. “¿Dónde está Donato?”, le pregunté a la esposa. “Oh, está en el cuarto allá. Está en un estado terrible. ¡Oh, que Dios tenga misericordia de tan gran pecador!”
Fuimos por el pasillo, y ella abrió con cuidado la puerta, y allí estaba el granjero, arrodillado, clamando vez tras vez: “Dios, ¿puedes tener piedad de mí? ¿Puedes tener piedad de mí? Me parece que el infierno es demasiado bueno para mí”.
Estábamos parados en la puerta y él no se dio cuenta de nosotros. Luego la esposa imploró a Dios de que El lo sacudiera tanto por sus pecados, que su experiencia con Dios fuera real. Muchas veces se oyeron en ese avivamiento en Luis las palabras: “Déjelo que libre su propia batalla. Déjelo allí. Permita que Dios trate con él”. Creo que una veces quitamos de la mano de Dios las cosas cuando damos los consejos. Oh, que lleguemos al punto donde con toda confianza en Dios le permitamos obrar.
En la mañana tuvo un encuentro con Dios, experimentando un rescate glorioso, y pidió una reunión de oración. Como resultado de esa reunión, hay cuatro ministros hoy sirviendo en la iglesia.
CARACTERISTICAS PRIMORDIALES DEL AVIVAMIENTO
Para mí, el rasgo destacado del movimiento era el sentido de la presencia de Dios, el temor a Dios. Uno podía hablar con cualquier persona, y descubría que cada uno pensaba en Dios y pedía misericordia. Dios estaba en todas partes, y por causa de esta conciencia de Dios, las iglesias estaban muy concurridas desde el principio hasta el fin de los días y durando las noches enteras hasta las cinco o seis de la mañana. En avivamiento, no existe el tiempo. La presencia de Dios ahuyenta los programas.
Otro rasgo destacado era esa convicción muy profunda del pecado. He aquí dos incidentes. Un día la querida anciana, Margarita, vino y me dijo: “Me siento guiada a pedirle que vaya a esta parte particular de la parroquia. Hay pecadores empedernidos allí que necesitan la salvación”. “Pero no me siento guiado a ir allí”, le dije. “Hay hombres allí quienes amargamente se me oponen, y me figuro que no habrá un lugar para celebrar una reunión”.
Ella me miró y dijo: “Señor Campbell, si usted viviera tan cerca de Dios como le conviene, El le revelaría Su secreto también”.
Recibí eso como una reprensión, y regresé al hogar del pastor y le dije: “Creo que debemos pasar la mañana con Margarita, y esperar en Dios junto con ella en su cuarto”. Así que Margarita y su hermana se arrodillaron con nosotros en su cuartito, y esa querida mujer comenzó a orar: “Señor, Tú recuerdas la conversación que tuvimos esta mañana a las dos. Tú me dijiste que ibas a visitar esta parte de la parroquia con avivamiento. Acabo de hablar con el Sr. Campbell pero no está preparado para pensar en ello. Tú debes darle la sabiduría, porque él la necesita muchísimo. “Bueno, Margarita”, dije después de ponernos de pie, “¿a dónde quiere que vaya? ¿Y dónde vamos a convocar la reunión?” “Oh, sólo vaya, y Dios proveerá la congregación y el lugar para reunirse”.
“Bueno, Margarita, iré”. Me fui la próxima noche, y encontré a eso de trescientas o cuatrocientas personas congregadas alrededor de un chalet de siete cuartos. La casa fue tan concurrida, y tantos jóvenes querían entrar, que el dueño de la casa, siendo un hombre que temía a Dios aunque no era cristiano, sugirió que ellos se pusieran sobre las camas en filas de tres personas cada una; quitarse los zapatos, y juntarse como sardinas en lata. Y eso es lo que hicieron, pero aun así, todavía quedaban un igual número afuera.
Leí el texto de la Biblia del cual pensaba predicar: “Pero Dios, habiendo pasado por alto los tiempos de esta ignorancia, ahora manda a todos los hombres en todo lugar, que se arrepientan; por cuanto ha establecido un día en el cual juzgará al mundo con justicia, por aquel varón a quien designó…” (Hechos 17:30-31).
Habían allí cinco pastores. Si usted les hubiera preguntado de que era lo que los trajo a ese pueblecito, ni siguiera uno le podía decir, pero movidos por un Dios soberano, estaban allí. Hablé cerca de diez minutos cuando uno de los ancianos se me acercó y dijo: “Sr. Campbell, ¿vendrá usted al otro lado de la casa? Uno de los hombres principales del pueblecito está clamando a Dios por misericordia, vaya usted allí, y nosotros iremos a la pila de turba aquí donde se puede ver esas mujeres clamando a Dios, arrodilladas.
Fui al otro lado de la casa, y allí estaban los mismísimos hombres que Dios mostró a Margarita, hombres que se convertirían en pilares de la iglesia de sus padres. Y eso es lo que son hoy en día.
Entre los que pedían misericordia estaban dos flautistas los cuales estaban anunciados a tocar en un concierto y un baile en una parroquia vecina. Y el pastor de aquella parroquia estaba allí, él y su esposa estaban mirando a los flautistas pedir a Dios piedad.
Repentinamente el pastor volvió la mirada hacia su esposa, diciendo: “Regresaremos a la parroquia e iremos al baile, y les diremos allí lo que está pasando en Barvas”.
Se alejaron una distancia de quince millas, llegando cuando el baile estaba en plena marcha. Entrando el pastor, se interrumpió el baile, y el pastor se paró en la pista de baile. “Jóvenes, tengo una historia interesante que contarles. Los flautistas no están con ustedes porque están en Barvas pidiendo a Dios misericordia”. Un silencio -silencio de la eternidad, según el pastor- impregnó el salón de baile. Luego él dijo: “Jóvenes, les quiero cantar un salmo. Creo que debemos cantar el Salmo 50 (donde Dios se representa como fuego que consumirá)”, y comenzó a cantar, él mismo tomando el lugar del director. Al llegar al segundo versículo, de repente se oyó un grito, y un joven cayó al suelo y comenzó a pedir misericordia a Dios. Dentro de cinco minutos el salón estaba desocupado, y los jóvenes huyeron a los tres coches que los trajeron desde otras parroquias. Pronto se arrodillaron, clamando a Dios que tuviera piedad de ellos.
¡Eso es Dios obrando! Tan fuerte conmovía Dios, y tan terrible era la convicción, que no podíamos más que dejarlos allí.
Había un movimiento notable en la aldea de Arnol. La situación allí fue difícil, e igual como en los otros lugares, era amarga la resistencia. A la medianoche un cierto hombre se puso de pie para orar. Todavía recuerdo sus palabras: “Oh Dios, ¿sabes que Tu honor está en peligro? ¿Sabes que hiciste una promesa la cual no estás cumpliendo? Ahora bien, he aquí cinco pastores junto con el Sr. Campbell. No sé nada de la condición interior de ellos, ni siquiera del Sr. Campbell, pero si sé algo de mi propio corazón, creo que puedo decir que tengo sed. Tengo sed de una manifestación de tu poder”.
Luego, a eso de las dos de la mañana, se puso de pie y dijo esto: “Con base en Tu promesa de derramar aguas sobre el sequedal (espiritual), me atrevo a desafiarte a que cumplas Tu pacto”.
Cuando ese hombre dijo eso, la casa del granjero tembló como hoja. Cuando Juan Smith cesó de orar, terminé la reunión y salí afuera donde descubrí que toda la comunidad estaba despierta. La oposición se desvaneció, y un movimiento glorioso comenzó, el cual se nombra en Escocia como el avivamiento de Arnol. Esto fue uno de los movimientos poderosos en medio de la visitación graciosa de Dios en la isla de Luis. La taberna se cerró esa noche, y nunca volvió a abrirse. Los hombres que solían emborracharse allí en las noches, ahora están orando en nuestras reuniones. Uno de ellos es misionero en Arabia del Sur.
¡CONVICCION! ¡ANGUSTIA DEL ALMA!
Catorce jóvenes discutían acera de cuánta cerveza debían traer a la parroquia para un baile el viernes. De pronto uno de ellos dijo a los otros: “Muchachos, aumentemos la cantidad, porque creo que esta es la última vez que llegará la cerveza a esta parroquia”.
“Angus”, dijo otro, “¿insinúas que el avivamiento va a llegar a esta parroquia impía?” “No puedo decir lo que va a acontecer, o que va a venir, pero algo pasa conmigo”. Eso es todo lo que dijo, pero catorce jóvenes se arrodillaron al frente del salón de baile, quedándose allí por más de una hora. Como resultado, todos fueron salvos, y once desempeñan un cargo en la iglesia hoy en día.
¿Qué son los frutos del avivamiento? Podía contar sobre mis cinco dedos las personas que dejaron de asistir a las reuniones de oración. En Luis, y en las tierras altas de Escocia en general, no creerían que una persona que no asistía a los cultos de oración era cristiana, no más de lo que creerían que el diablo era cristiano. Cuando un alma renace, repentinamente uno está con hambre de reunirse con los que oran a Dios.
Los cultos de oración se volvieron muy concurridos. No había ni siquiera una parroquia en Luis que no tuviera a lo menos cinco cultos de oración. La prensa del pueblo anunció que había más gente asistiendo a los cultos de oración, que los que solían frecuentar el culto de mañana en el día de comulgar. Eso es una de las características notables en cuanto al fruto que se queda.
Y ha provenido de esas reuniones un movimiento entre los jóvenes, que está atravesando por toda la isla de Luis. Los jóvenes y las señoritas que en días anteriores hubieran estado yendo a ver las películas, al baile o a las tabernas, hoy día están asistiendo, por veintenas, a los cultos de oración. No digo que esto sea avivamiento -no en el mismo sentido de lo que experimentamos hace varios años- pero en las parroquias se encontrará desarrollándose cinco o seis cultos de oración. Primero están en la iglesia, después van a cenar un poco, luego van a varias casas para esperar en Dios hasta las dos de la mañana. Y en aquellos cultos de oración los jóvenes están entregándose a Cristo.
Otro rasgo en cuanto a los frutos, es el número de hombres y mujeres quienes han salido por tiempo completo en el ministerio y como misioneros.
¿Entiende usted lo que significa el avivamiento? Significa mirar obrar a Dios -el Dios de milagros-, obrando de una manera soberana y sobrenatural, manifestándose entre los hombres y mujeres, induciéndolos a entrar al Reino de Dios
(Tomado de la revista “La Trompeta de Dios”, no. 63, may-jun 1990)